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lunes, 5 de abril de 2010

Hablan los Críticos. CARLOS HERRERA.


DISCO PLAY
Ser joven y artista implica arriesgar, buscar lenguajes para asimilarlos, contrastarlos, e ir delineando el suyo; expresar inquietudes sobre lo que el arte de hoy debe manifestar su correlación con lo social, cultural, político e ideológíco entre otras cosas; prepararse desde varios terrenos disciplinarios y multidisciplinarios y tener agallas para ir al encuentro con la dimensión de lo transdisplinario; debe de acopiar y manejar en grado óptimo distintas técnicas, saber ser perceptivo, agudo crítico y autocrítico en cuanto a la emanación de un discurso creador y que este pueda calar en la aprehensión de realidad del potencial consumidor de arte / cultura; debe estar abierto a confrontarse en, sobre y tras la escena a fin de crecer sin desmedro de sus convicciones, valores, ideas y juicios (esto último tendrá su dialéctica evolutiva con el pasar de las décadas) y desde ahí sugerir proyectos que estén o no, dentro de los cánones de gusto estético de su tiempo pero con el olfato y la sensatez de que hay que saberlos construir y sostener cuando sea requerido. En suma, esto y muchos más se le exige al creador teatral que aspire ser vanguardia, ser artista de su tiempo y como uno de los personajes de la obra Retrato de un artista adolescente de James Joyce argumentando sobre lo que es el arte: “-Arte (…) es la adaptación por el hombre de la materia o inteligible para un fin estético pero tú te acuerdas de los puercos y olvidas esto-“. Y sin ser tan metódicamente intelectual, se aspira que nuestra juventud apele a nutrirse de cosas vitales, de elementos esenciales, que asuma postura y decisión para la batalla con las ideas. Creo que Dario Soto es un joven con talante en lo personal, agudeza en lo intelectual, inteligente imaginación y olfato para el riesgo que, poco a poco irá decantando si sabe cual es su norte. Egresado del IUDET, con un excelente compañero de vida que le apoya en la hilvanación de proyectos, acompañado por talentos teatrales que sienten que su mirada puede concretar acciones coherentes en una sociedad donde el tabú, la doble moral, las mentiras de sobrevivencia, el juego suspicaz de la máscara de los roles y otras menudencias deben ser artilugios para quien decide asumir una condición sin tapujos pero sin escándalos de su sexualidad sean correcta y que no sienta el ominoso peso de la discriminación, se han aglutinado en la construcción de una producción que bien calza dentro de la filosofía / ideología del segmento GTLB nacional e internacional, es decir, hablar a esta sociedad venezolana que “mastica pero no termina de tragar” que la homosexualidad no es solo cuestión de una decisión personal, un estilo de vida, una inclinación sexual, una preferencia llena de iridiscencias multicolores desfocada, alocada o, en contados casos, de una manera de defender un derecho inalienable y propio de la condición humana: un albedrío y libertad consciente por una sexualidad sin miedos a si mismo y, menos aun, al “que dirán lo demás”. Ser “gay” u “homosexual” es una condición más que una actitud que debe concitar respeto y tolerancia de los otros. No somos distintos sino con preferencias definidas que si desde lo bíblico se nos quiere estigmatizar o, desde lo social a apartar, pues, creo que hay que hacerles saber que tenemos y asumimos una condición especial que no nos diferencia en sentir / padecer, amar / anhelar, soñar / perseverar por la condición de ciudadano, ser social, ser humano e individuo con deberes y derechos en el arranque de este milenio. Darío Soto, entre sus inicios se aplicó como actor pero luego asumió los campos de la dirección y la dramaturgia. En este último eslabón, ha pergeñado algunos textos (la mayoría inéditos y desconocemos su calidad de estructura dramática, temas y conflictos) pero ha logrado escenificar por los menos dos: El hermano de mi primo (2002) una “comedia absurda negra” en cuyo trasfondo temático explora “las diversas formas de encarar la verdad”. Entre 2009 y 2010, concluye y estrena (Marzo), Disco Play, otra comedia urticante con manejo más compacto de los resortes de la trama, figuración de personajes y sus asuntos existenciales y con un estilo dialógico que se inscribe en las formas conductuales de segmento social marcadamente juvenil pero que por ello no se anula si lo proyectamos a una esfera del mundo del “ambiente” donde ellos y ellas en sus preferencias sexuales, acotan el problema de la soledad, la urgencia de sus instintos no aceptados por el común denominador del status moral imperante y con buena dosis de sarcástico humor. El tema medular: ¡Un NO a la intolerancia homofóbica! Este lema manido para unos o desgastado para otros sigue estando en la mesa de lo social. Si la violencia de género da que hablar; si el racismo ya harta al mundo; si la xenofobia urtica la sensibilidad del planeta, si las ideas totalitarias frenan las libertades básicas del convivio social, pues la intolerancia homofóbica es un acto cobarde, irracional y desproporcionado en un mundo que aspira cambiar de paradigmas. Soto quizás en la constitución de su trama no ahondo con suficiente agudeza el tema. Sabemos que está tocando un asunto espinoso y que debe madurar como autor. Incluso, cuando el pasar de los años le obligue a retomar una re-lectura de este texto de juventud, posiblemente –si continua en la senda de lo dramatúrgico – a revisar el trasfondo del asunto y caer en conciencia crítica de sus debilidades. Estas no las demarcaré solo las insinúo ya que en el ensayo y error se aplica la máxima del aprendizaje. Mientras su compromiso sea decir verdades sin caer en recursos de estilo y no acentuar la densidad de los personajes, la estructura de los diálogos, el sentido de lo profundo de su mensaje podría quedar en lo externo. He ahí un reto a saber discurrir. Como espectáculo, Disco Play se arma en secciones visuales que va desde el batallar del salir del closet hasta situaciones de desenfreno existencial de sus personajes en eso que se llama la búsqueda de la pareja. Hay escenas contundentes como la que encarna con solidez escénica Adolfo Nittoli y Sheila Monterola cuando uno de los personajes que asume su inclinación al travestismo sin ser gay y teniendo una esposa que desconoce sus inquietudes artísticas de la noche, hacen una escena de teatro en el teatro y ahí, lo catártico de una verdad provocadora, cruel, feroz, que hace que el espectador pase de la risa desbocada al silencio reflexivo. Un momento lúcido y acerado de parte de Soto pero que en la escenificación, provocó estupefacción, asombro y desconcierto en la recepción y no porque estuviese mal construida sino por su dureza dramática. Claro, dos actores con una potencia excepcional que sacaron lo orgánico y lo restregaron a la percepción / recepción de una platea que se quedo boquiabierta. El ritmo de Disco Play fue álgido, veloz, cambiante y con un dejo de exultación que nada tiene que envidiarle a piezas del mismo corte vistas en otros tiempos pero con distintos temas sobre la condición del gay en cada momento social. La parte inicial algo larga que pudo comprimirse para acentuar el valor significante de las búsquedas de cada ser. La escena de los amantes desconocidos, conclusiva y certera. La resolución de la escena de la Drag Quuen soberbia y uff!!, gozosa en su soltura histriónica y la potencia de que mostrar de ese mundo para unos “bizarro” para otros parte del ritmo normal de las noches de ambiente. Un montaje que se sabía exitoso y así lo confirmo, la asistencia en la Escena 8 (próximamente en la Sala Teatrex de El Hatillo, valga la cuña), buen ritmo, una plantilla actoral imbuida de energía donde había un cierto desequilibrio entre los que son más actores de tablas que profesionales de otros ámbitos de la moda, las pasarelas o lo medios televisivos, pero que en suma, se abocaron a constituir una propuesta que satisfizo, alegro y punzo la sensibilidad de un segmento del aforo que el día final de la temporada, estuvimos ahí para constatar que la vida sin ser un Disco Play puede ser menos ficción que lo que la realidad en si, es. Mi considerado aplauso a Deive Garcés, Rafael Marrero, Christopher Peinado, Patricia Pacheco, Gabriel Agüero (muy aplomado y eficaz en su sentido de componer su angustioso personaje) Fernando Moreno, Johana González, Jesús Cova y ¡claro esta!, a Adolfo Nittoli y Sheila Monterola (que desde ya sin problemas éticos, les digo que están de premio). Un staff actoral que supo acompañar a Darío Soto en este exitoso momento de su carrera. Por su parte, el team no estaría compactado sin la intervención puntual de la dirección de arte y producción de Darwin Angola, el trabajo de dirección de fotografía, cámara y concepto cinematográfico de José Antonio Valera, el maquillaje de Daniel Izquierdo y el apoyo real y sostenido de otros (as) que desde atrás del escenario, en la cabina técnica y en la fase de pre producción y producción de Disco Play fueron esenciales. A todos, mis congratulaciones.

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